sábado, 31 de octubre de 2009

Isla Coibita, el Paraiso del Pecado

Isla Coibita, el Paraiso del Pecado

Isla Ranchería, Panamá — miércoles, 7 de octubre de 2009

Me despedí de isla Granito de Oro. Íbamos ahora para isla Coibita. No tenía idea donde quedaba, pero durante el trayecto nunca dejamos de ver Coiba, así que me supuse que solo le dábamos la vuelta a la isla. Saque mi cámara. Tenía la vaga esperanza de ver la inmensa aleta de alguna ballena "Yubarta" emerger del mar azul. Era época de ballenas. Puse el dedo sobre el disparador de la cámara y espere a que saltara una ballena. No pasó mucho tiempo cuando algo salto inesperadamente del agua y disparé de inmediato. Pensé que eran las ansiadas ballenas, pero resultaron ser tres peces voladores salir del mar y surcar los cielos. Los seguí hasta que se hundieron nuevamente al mar. Me sentí complacido por haber capturado los peces en pleno aire. Pero cuando vi la foto solté la carcajada. ¡Había fotografiado la mano de Lourdes sobre la barda de la lancha! En ese hilarante momento me auto apodé "Gatillo veloz".

Cuando nos acercábamos a una extensa y hermosa playa, adornada de elegantes y altivas palmeras, supuse que habíamos llegado a isla Coibita. Le pregunté al "contramaestre" si hubo algún campamento de presos en este lado de la isla. Perezosamente alzó sus oscuros anteojos, dejó asomar sus ojos grisáceos, miró el horizonte como si buscara la respuesta escrita en las nubes y luego de pensarlo dijo con serenidad; "No, pero sí la casa de Sodoma." No entendí nada y me dedique a fotografiar honrando así mi nuevo apodo.

La misma fascinación que sentí al llegar a Coiba, se apoderó nuevamente de mí. El silencio me crispó. Todos corrieron a fotografiarse sobre la playa en una memorable actitud. Los disparos de las cámaras de bolsillos sonaron como ametralladora. Todos querían salir gloriosos en aquella célebre foto, menos yo que fui condenado a no inmortalizarme. Miré el viento agitar las palmeras. Era un dulce bocado para el alma. Me sentí inmerso en aquel idílico paisaje y lo guardé todo en el dulce baúl de los memorables recuerdos de una larga vida de vivencias placenteras.

Pregunté, sin pensarlo, porque le dicen Coibita a Coiba, "porque no estamos en Coiba señor..." respondió tajante el "contramaestre". No comprendí nada y me fui a la playa, y sobre la blanca y pulverizada arena me dejé llevar por los arrestos de mi espíritu y me vi siguiendo los pasos de Lourdes, que también se dejó llevar de sus propios impulsos. La vi admirar con una inocencia el vuelo de las mariposas monarcas, la vi fotografiarlas y la vi arrodillada frente a un monarca que languidecía de cansancio sobre la playa y me quedé absorto viéndola y me vi a mi mismo. Y no quise sacarla de aquel ensimismamiento y me retiré a buscar mis propios asombros.

Llevados por mis impulsos terminé en medio de las palmeras, admirando el estallido de colores y la sensualidad que reinaba en todo el entorno. Vi arte en las ramas de los arbustos, en las apretadas raíces de los manglares, y en la caprichosa distribución de las palmeras en la playa. Todo este despliegue artístico abotagó mis sentidos. Fueron secuestrados por las inesperadas apariciones de idílicos parajes que entraban raudos a mi alma. Y supe que esta era una isla para vivirla.

Caminé admirando los abombados troncos de las palmeras que formaban una extraña calle de honor. Las mariposas monarcas seguían volando por encima del tropel de las palmeras. Y en mi ensimismamiento tropecé con una rara araña que no se movió por más que le agite una vara. Y cuando la di por muerta, cobró vida y me saltó con intimidante agresividad. Me dio un tremendo susto. Esos son los inesperados sustos de la fauna tropical.

Deambulé toda la mañana por la playa, contemplando su inigualable belleza y agradecí que la voracidad de las empresas hoteleras no alcance estos parajes. Entonces me di cuenta que estaba solo y que mis compañeros recorrían una abandonada edificación. Cuando entré en la edificación ya no estaban, así que, algo resignado la escudriñe con la parsimonia y paciencia de un experimentado arqueólogo. Recorrí estancia por estancia, observando, armando en mi mente la utilidad de cada habitación y registrando el grave deterioro por oxidación que presentaba la estructura y concluí que algunas habitaciones fueron construidas a las volandas, de apuro y sin planificación. Había habitaciones en flagrante violación a las más elementales técnicas constructivas. Ni siquiera el piso resistió su propio peso. Indicativo que no fue construido para perdurar. Cuando concluí mi rigurosa inspección vi un señor en el área realizando labores de limpieza y entablé conversación con él buscando saciar la segunda fase de mi inspección; la historia de esta extraña edificación. Lo que saque de él me hizo entender a golpe de mazo lo que me había dicho el contramaestre sobre Sodoma. En resumen esto fue lo que hablamos.

"Aquí, que yo recuerde, nunca hubo cárcel..., sino un club. Un club de Oficiales, (los militares). Ellos venían aquí cualquier día de la semana en lujosas lanchas y en yates de gente adinerada. Esa playa se llenaba de lanchas día tras día. Venían en caravana. Y en caravana llegaban las mujeres..., y cuando digo mujeres, no me refiero a las esposas. Las que aquí llegaban eran las amantes de ocasión, hembras de peso, pencas de mujeres, caderonas que saben sacarle los jugos a los hombres, mujeres con carita angelical que saben sangrarte la chequera y reviven las pasiones que mueren en la santidad de un largo y tedioso matrimonio. Esas eran las mujeres que venían en racimo aquí Coibita. Daban vida a la isla y sobre todo a los oficiales de la cúpula militar. Esta isla cogía vida con tanta chiquilla bonita. Se bañaban en esa playa de enfrente. Y Ud. viera la poca ropa con que se bañaban. Los que aquí trabajaban no se atrevían a mirarlas mucho, por temor a la represalia del general, coronel o mayor. Y mientras ellas jugaban en la playa, los Oficiales le metían al trago. Le metían duro, para tener las fuerzas necesaria para la embestida de esas mujeres. Cuando las muchachitas, y cuando digo muchachita es que ninguna pasaba de los 25 años, cuando se hartaban de jugar en la playa, los "Jefes" ya estaban con dos botellas de ron adentro listos para la batalla que se les avecinaba. Muchas llegaban directo a lo que venían, otras le entraban parejo al trago para llevarse al "jefe" de un solo bocado. En cambio las nuevas daban vueltas esperando que los jefes se cayeran solitos de tanto trago. Pero lo que no saben es que estos son viejos lobos de mar. Tragan más que un remolino de mar. Cuando caía la tarde empezaba el festín. Cada pareja buscaba su cueva. Al oficial de mayor rango le tocaba el nido más grande. Ese donde Ud se quedo mirando el techo.

Desde el bar se escuchaba las risas y carcajadas de las muchachas. Si esas paredes hablaran, cuantas cosas dirían. Dígame Ud. cuantas cosas dirían. Esto era como un paraíso donde los militares venían a pecar. Y cuanto pecados se cometieron aquí señor.... Cuantos....

Este club llegó a ser uno de los más exclusivos de Panamá. Tanto que nadie supo de su existencia. Ni las esposas de los militares. Ninguna doña de esas piso Coibita. Esta isla era como un Club privado para los Oficiales de la cúpula militar. Tenía un bar que podía satisfacer los más refinados gustos. Y tenía el mejor palco del mundo; el mar Pacífico. Creo que por eso lo bautizaron; CLUB PACIFICO. Aquí pasaron toda la crema y nata de los militares. Con los años, le construyeron un muelle y un helipuerto. El mismo hijo del General Omar Torrijos, Martín Torrijos Espino hizo construir, bajo su mandato presidencial, el helipuerto aquel, donde están sus amigos."
Y me señalo con su dedo índice, allá a lo lejos mis compañeros.

Cuando terminó, se levantó y fue a faenar. Yo dirigí la mirada donde había apuntado minutos antes y vi a todos mis compañeros sobre un camellón de piedras sobre el mar. Me encaminé hacia allá sobre un camino pedregoso, poco romántico y vi una torta de concreto enorme con un helicóptero pintado al centro y más allá, un atracadero. Del muelle solo quedan las migas de lo que una vez fue. Madera carcomida, avasallada por el calcinante sol tropical. Abajo en el mar, el incesante oleaje se come la madera de la escalera. Solo queda los restos de lo que fue una vez un muelle. El helipuerto, la maleza invasiva se lo come lentamente también. Se nota el abandono. Hasta la fastuosa valla política que señala que el hijo del dictador Torrijos había gestionado la construcción del helipuerto durante su propia gestión presidencial. Hasta dejó su impronta; Proyecto Nº 36012 (Año 2004-2009). Me pareció un monumento a la estulticia de los militares.

No me sentía a gusto allí y me fui gustoso con Lourdes a explorar la costa. La parte poco explorada. En silencio caminamos descalzos la piedra desnuda y nos perdimos del grueso de compañeros. Descubrimos islotes, farallones, piedras como bolas de boliches volcánicas colocadas en nuestro camino, cangrejitos, playas ocultas a lo lejos y comprendí al fin que estábamos en una isla, un paraíso para el alma usada para el pecado.

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